domingo 08 de junio de 2025 - Edición Nº24

HISTORIA DEL PERONISMO | 26 may 2025

HISTORIA DEL PERONISMO

Una mirada sobre Manual de Conducción Política

Algunos epígrafes del Manual de Conducción Política que recuerdan que el verdadero líder educa, persuade y construye un legado más allá del cargo.


"Conducir no es mandar, conducir es persuadir". Hay algo profundamente literario en el acto de Perón de sentarse al pupitre y dictar clase sobre el poder. No son las memorias de un presidente recluido, ni un tratado frío de ciencia política, sino un manual vivo, poblado de anécdotas criollas, de referencias clásicas y de esa picardía que solo entiende el que ha hecho de la tribuna su oficio. Lejos de la solemnidad de un Churchill en Chequers o de la grandeza augustea de un De Gaulle en su retiro, Perón escribe para sus discípulos de la Escuela Superior Peronista, y al hacerlo, reconstruye el gesto del conductor como un artesano de voluntades.

El Manual de Conducción Política es una de las obras más importantes de Juan Domingo Perón. Recoge las lecciones que él mismo dictó en la Escuela Superior Peronista desde marzo hasta mayo de 1951, y su primera edición en forma de libro fue puesta en circulación por la editorial Mundo Peronista en 1952

Se trata de un libro que sabe bien que quiere ser teoría y práctica. En cada capítulo, Perón salta de Napoleón a Epaminondas, de Maquiavelo a un dirigente local que cuenta cómo limpió las calles de Tebas tras una derrota. Es un manual que se alimenta del barro y de los libros, del olor a tiza y del humus de la historia. Esta tensión entre lo erudito y lo popular es, quizás, su mayor virtud literaria: el manual se lee como una doctrina, no como un dogma.

El eje central, una y otra vez, es la trascendencia de la política: la condena tajante al poder por el poder. Mientras Maquiavelo postulaba la autonimia de la política, Perón invoca una dimensión moral que la sobrevuela, un destino colectivo al que todo líder debe aspirar. No es raro: el peronismo se define tantas veces por la pasión del pueblo como por la solemnidad de los principios. Y en este punto el manual es un texto confesional, casi una oración laica que ordena: “no seas caudillo, sé conductor”.

De ese contrapunto nace la reflexión sobre caudillo versus conductor. Para Perón, el caudillo explota la crisis, pervierte a las masas y desaparece con la oportunidad; el conductor, en cambio, instala instituciones, deja enseñanzas, construye escuela. La diferencia no es semántica: es ontológica. Perón construye un retrato de la conducción política como obra de largo aliento, como creación de un legado que vive después de quien lo impuso. Es la utopía de la permanencia.

En su defensa de la honradez y la sinceridad, el libro adquiere la textura de un sermón. “El conductor no puede decir la primera mentira”, advierte, y define la sinceridad como puente imprescindible entre gobernante y gobernado. Hay en esa insistencia un anacronismo voluntario, un gesto de rebeldía frente a la pragmática contemporánea que naturaliza la trampa y celebra el atajo. El mensaje es claro: sin virtud personal no hay conducción posible.

El manual dedica un pasaje entero al sectarismo y la intransigencia, y aquí late una advertencia que se hace profecía. “Donde hay sectarismo se muere”, sentencia Perón, y traza un paralelismo entre la respiración de un cuerpo político y la capacidad de apertura de su conducción. La política, dice, es el arte de convivir, y la convivencia requiere transacciones —no ceder en lo esencial, pero sí en los rodeos—. En esta propuesta hay una lección para cualquier tiempo de polarización.

Otra de las lecciones memorables es esa figura de “legión de cuenteros y aduladores”, que circundan al gobernante como buitres de ambos flancos. Perón aconseja mantener la distancia, sonreír y seguir el camino. Es una imagen casi cinematográfica: el conductor avanza por un pasillo de fantasmas interesados, y su fortaleza reside en no desviar la mirada del horizonte. Es la elegancia de quien domina tanto el escenario como el arte de la sospecha.

El sacrificio se erige como requisito ineludible. “Conducir es una función de sacrificio”, proclama, y recuerda que sin abnegación la obra política se derrumba desde la cabeza. Para Perón, la humildad no es maquillaje retórico, sino condición de posibilidad: solo quien se ve pequeño ante la causa puede sustentar un movimiento grande. Es la concepción de la política como servicio, no como próspero negocio de vanidades.

Al cerrar el libro, uno siente que ha asistido a un diálogo imposible entre un líder y sus futuros lectores. Hay en él ecos de epopeya y destellos de diario íntimo, y se percibe el pulso de quien pensó la política como experiencia colectiva, no como espectáculo unipersonal.

OPINÁ, DEJÁ TU COMENTARIO:
Más Noticias

NEWSLETTER

Suscríbase a nuestro boletín de noticias